Noche ventosa. Estoy sentado en mi habitación, pensando algún tema para actualizar el blog (la presión de mis seguidores es cada día mayor) Tiro todo por la ventana y decido dar un paseo. Agarro mi cámara digital Sony, una sudadera made in decathlon, un pantalón de chándal blanco adidas y mis asics gel-1130 (playeras de corredor regular que utilizo una vez al mes).
Salgo a la calle y lo primero que noto es el viento enmudeciendo el ruido del mundo, creando su propia armonía de sonidos. Es viento de sur, temperatura más que agradable.
La calle, en este caso una carretera de pueblo, completamente vacía. Mi reloj marca las 23:11, nadie a la vista.
Salgo a la calle y lo primero que noto es el viento enmudeciendo el ruido del mundo, creando su propia armonía de sonidos. Es viento de sur, temperatura más que agradable.
La calle, en este caso una carretera de pueblo, completamente vacía. Mi reloj marca las 23:11, nadie a la vista.
Un gato perezoso, me mira desde lo alto de un muro, le devuelvo la mirada al tiempo que sopeso la cámara en mi mano “Tranquilo – le digo en silencio – No voy a interrumpir tus meditaciones”.
Continúo andando, sin prisa. Ahora me paro, ahora acelero el paso, me detengo de nuevo, tiro una foto, la miro… la borro. Observo como el viento arrastra y amontona las hojas otoñales.
Una farola caprichosa se apaga a mi paso. Alzo la vista escéptico, hacia su foco apagado (Aun no lo se, pero a la vuelta volverá a hacerme lo mismo).
Llego hasta la estación de tren, aun nadie en mi camino. Unos pasos más adelante el único bar del pueblo, persianas bajadas, ha cerrado.
La carretera se presenta ahora totalmente recta, kilómetro y medio de asfalto ante mí. Los coches parecen dormir, mis pies se deslizan sobre la línea discontinua, las farolas enmarcan mi desierto camino, más allá los campos permanecen en tinieblas. A mitad de la recta me detengo, miro adelante y atrás… Sin casas, sin gente. Tan solo viento ensordeciéndome y enmarañando mi pelo. Me siento, en el centro, entre dos líneas, acaricio el asfalto, dejo pasar el tiempo. Siento que estoy haciendo algo, pero aun no se el que.
Una luz en la distancia, un coche se acerca, me levanto y me aparto hasta el prado. Me coloco en el punto en que mueren las luces y nacen las sombras, invisible al anónimo conductor.
El coche pasa, ajeno a mi presencia. Coloco la capucha de la sudadera sobre mis pelos desordenados y regreso a casa. Ha sido una noche divertida.
Continúo andando, sin prisa. Ahora me paro, ahora acelero el paso, me detengo de nuevo, tiro una foto, la miro… la borro. Observo como el viento arrastra y amontona las hojas otoñales.
Una farola caprichosa se apaga a mi paso. Alzo la vista escéptico, hacia su foco apagado (Aun no lo se, pero a la vuelta volverá a hacerme lo mismo).
Llego hasta la estación de tren, aun nadie en mi camino. Unos pasos más adelante el único bar del pueblo, persianas bajadas, ha cerrado.
La carretera se presenta ahora totalmente recta, kilómetro y medio de asfalto ante mí. Los coches parecen dormir, mis pies se deslizan sobre la línea discontinua, las farolas enmarcan mi desierto camino, más allá los campos permanecen en tinieblas. A mitad de la recta me detengo, miro adelante y atrás… Sin casas, sin gente. Tan solo viento ensordeciéndome y enmarañando mi pelo. Me siento, en el centro, entre dos líneas, acaricio el asfalto, dejo pasar el tiempo. Siento que estoy haciendo algo, pero aun no se el que.
Una luz en la distancia, un coche se acerca, me levanto y me aparto hasta el prado. Me coloco en el punto en que mueren las luces y nacen las sombras, invisible al anónimo conductor.
El coche pasa, ajeno a mi presencia. Coloco la capucha de la sudadera sobre mis pelos desordenados y regreso a casa. Ha sido una noche divertida.