¿Cuándo fue la última vez que recibisteis una carta de un amigo?
Cuando digo carta no me refiero a un e-mail o un privado al tuenti. Me refiero a una muestra sincera de interés, escrita a mano, con sus pequeñas imperfecciones ortográficas y una caligrafía personal, donde cada letra es parecida pero no idéntica a la anterior. Y donde, a veces, es necesario usar la imaginación para descifrar alguna palabra.
El valor sentimental de una carta manuscrita, la forma en que la puedes atesorar, el valor de lo que significa… Eso no lo puede sustituir un mensaje electrónico, aunque su letra siempre sea legible y su tinta no se difumine con el paso de los años. Por no hablar del esfuerzo que requiere una carta; su redacción cuidadosa, guardarla en un sobre intentado doblarla lo menos posible, escribir con letra clara la dirección del destinatario, pegar un sello, y finalmente ir hasta un buzón y arrojarla en su negra boca.
“Cuantas molestias” dirán muchos. “Si podías hacer lo mismo, en cinco minutos, con un e-mail. Tardas menos, te sale más económico y es más ecológico… que con cada carta estás matando un bebe-árbol”
Pues sí, no diré yo que no. Pero creo que la sensación que produce abrir tu buzón, esperando encontrar la misma “basura” de siempre, y sorprenderte con la carta de un amigo bien vale el esfuerzo. Un folio, un sobre, un sello y un poco de caligrafía esmerada son precio muy pequeño en comparación con la alegría que se puede llevar el destinatario de nuestra misiva. Aunque contenga poco más que un “Hola, ¿Que tal? Espero que estés bien” (Y dudo mucho que el planeta se este deforestando por culpa de las cartas manuscritas que se envían a nivel mundial.)
PD.: Mientras escribo esto, tengo delante una postal de Tallin (Estonia), recibida este verano. Gracias Marta.
Cuando digo carta no me refiero a un e-mail o un privado al tuenti. Me refiero a una muestra sincera de interés, escrita a mano, con sus pequeñas imperfecciones ortográficas y una caligrafía personal, donde cada letra es parecida pero no idéntica a la anterior. Y donde, a veces, es necesario usar la imaginación para descifrar alguna palabra.
El valor sentimental de una carta manuscrita, la forma en que la puedes atesorar, el valor de lo que significa… Eso no lo puede sustituir un mensaje electrónico, aunque su letra siempre sea legible y su tinta no se difumine con el paso de los años. Por no hablar del esfuerzo que requiere una carta; su redacción cuidadosa, guardarla en un sobre intentado doblarla lo menos posible, escribir con letra clara la dirección del destinatario, pegar un sello, y finalmente ir hasta un buzón y arrojarla en su negra boca.
“Cuantas molestias” dirán muchos. “Si podías hacer lo mismo, en cinco minutos, con un e-mail. Tardas menos, te sale más económico y es más ecológico… que con cada carta estás matando un bebe-árbol”
Pues sí, no diré yo que no. Pero creo que la sensación que produce abrir tu buzón, esperando encontrar la misma “basura” de siempre, y sorprenderte con la carta de un amigo bien vale el esfuerzo. Un folio, un sobre, un sello y un poco de caligrafía esmerada son precio muy pequeño en comparación con la alegría que se puede llevar el destinatario de nuestra misiva. Aunque contenga poco más que un “Hola, ¿Que tal? Espero que estés bien” (Y dudo mucho que el planeta se este deforestando por culpa de las cartas manuscritas que se envían a nivel mundial.)
PD.: Mientras escribo esto, tengo delante una postal de Tallin (Estonia), recibida este verano. Gracias Marta.