Todos mentimos, unas veces en deferencia a los demás, otras en nuestro propio interés. Siempre nos han hecho creer, desde pequeños, que la mentira (u omisión de la verdad) es algo malo o inmoral, yo no lo veo tan claro.
La mentira es algo tan humano como la puñalada trapera, aunque pocas veces llega a ser tan letal. Supongo que Nietzsche diría que la mentira es parte de nuestra mascara. Yo, más bien, la definiría como el taparrabos emocional sin el cual no nos atreveríamos a salir a la calle y enfrentarnos a nuestros semejantes.
La mentira es para algunos el escudo que los mantiene a salvo y para otros una lanza con la que herir a sus enemigos.
No, no me considero un mentiroso, pero normalmente la gente acepta mejor una mentira ingeniosa que una verdad insípida.
Así todo engañar a alguien a quien respetamos y apreciamos (aunque sea para evitar males mayores) suele ser tan difícil como chuparse el codo. Esta incapacidad no viene dada por la habilidad del otro para desenmascararnos, si no por nuestra propia reticencia inconsciente a engañar a alguien querido.
“No es el que tú me hayas mentido, sino el que yo ya no te crea a ti, eso es lo que me ha hecho estremecer”
Friedrich Nietzsche.