martes, 21 de septiembre de 2010

Y de pronto...

Y de pronto, una noche, estas tumbado en una acera cualquiera, en un pueblo anónimo, mirando las estrellas. A tu la do tienes a una chica, que hace una semana era una completa desconocida. Ahora no sabes mucho de ella, poco más que su nombre, Pero ahí estáis, tumbados, codo con codo. Los atardeceres llegan rápido y las noches ya son frescas. Ella lleva puesta una sudadera que la has dejado en la playa, hace una hora escasa. Le está lo bastante grande para que sus manos queden ocultas en las mangas. Mientras buscáis la estrella polar con la mirada, alargas una mano y coges su brazo. Buscas sus dedos en el interior de la manga arrugada. Los encuentras, y juegas con ellos intentando hacerlos entrar en calor.

Ella en algún momento ella se ha puesto a repasar los acontecimientos que os han conducido a este instante. “Un pez muerto, un par de regalices… y míranos ahora”

La conversación transcurre con las capuchas puestas. Al hablar del fin del verano, del regreso a casa y a la rutina, su voz se carga de melancolía. Por un momento crees que va a llorar y le prohíbes hacerlo. “No voy a llorar” dice ella, al tiempo que se limpia un ojo con gesto descuidado.

Y de pronto una voz anónima os habla desde la otra acera, y el verano termina.

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