viernes, 15 de mayo de 2009

Destino casual

Me hace gracia la gente que cree en el destino, que las cosas ocurren por algo. Ojalá yo pudiera engañarme así y pensar que todos los acontecimientos de mi vida van encaminados hacia alguna misión mesiánica, en la que acabaré salvando el mundo. Un día un coche te atropella, te parte la pierna y acabas casándote con la traumatóloga que te atendió en urgencias. “Que bonito, eso es que estaba escrito” A ver, ni el destino se salta semáforos en rojo, ni la casualidad quiebra tibias.

Es agradable pensar que una fuerza cósmica superior guía nuestros pasos, pero al final todo son recursos baratos de las (malas) películas románticas. La gente muere a diario en todo tipo de accidentes, niños nacen con deformidades o enfermedades incurables, gente es cruelmente asesinada ¿Están acaso cumpliendo algún tipo de designio divino? ¿Murieron por el bien de otros? No, simplemente ocurrió. Ayer ellos, mañana nosotros.

No somos especiales, el dios de la fortuna no trata de que seamos felices. Tampoco existe una balanza en la que pesen nuestros malos momentos para resarcirnos más adelante. La vida puede tratarte injustamente desde que naces, hasta que mueres y nadie deberá dar cuenta por tu felicidad no disfrutada.

De muchas malas experiencias se pueden extraer cosas positivas. Pero, por favor, no penséis que os ocurrieron para daros una lección sobre la vida y abriros los ojos a grandes verdades universales. Las casualidades son lo que son, no le busquéis tres pies al gato.
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