lunes, 21 de diciembre de 2009

Noche ventonsa (2)

Una noche ventosa salí a pasear. Al regresar a casa, pensaba ir directo a mi cuarto, pero decidí pasarme por el salón, a ver quien estaba aun viendo la televisión. Solo estaba mi madre, dormida en el sillón. La caja tonta sintonizada en la 1 (antes conocida como tve1). Estaban dando una película ambientada en la segunda guerra mundial.

Me quede, como siempre, de pie apoyado el marco de la puerta. La película parecía entretenida; Un oficial americano es informado por su superior sobre unos aviones de reconocimiento (de la RAF), que han sido derribados por los alemanes con algún tipo de nueva arma misteriosa. Su misión rescatar a los supervivientes, si los hubiera y destruir esa nueva arma. El oficial parte, hacia territorio alemán, con una nueva escuadra de aviones. Van todos ellos tan felices, contándose sus cosas, cuando uno de los aviones es derribado, mientras por la radio escuchan “Son demasiados” Es entonces cuando vemos que el misterioso arma derriba-aviones son gárgolas. Ya sabéis, monstruos de piedra con alas, en este caso especialistas en reventar aviones y destripar soldados. Los aviones se estrellan pero varios soldados sobreviven, se encuentran con los soldados de RAF, a los que venían a rescatar, y finalmente se refugian en una iglesia. (Lo habéis adivinado, las gárgolas no pueden entrar en la iglesia.) En esta parte la película se fue a publicidad, y yo, sin saber como, me había acabado deslizando hasta el sofá que no ocupaba mi madre (aun dormida)

La película, por si a alguien le interesa se llama, El reino de las gárgolas. Y es una chorradita de serie B, que no terminé de ver, pero que consiguió sorprenderme ¿Por qué? Pues está claro, porque no tenia ni idea de lo que estaba viendo y hoy en día eso es muy difícil, casi imposible.
Todas las películas que vemos, o libros que leemos, vienen siempre precedidos por un trailer o una sinopsis en la que ya nos han contado la mitad de la historia. (Especial mención merecen los trailers de películas norteamericanas) No nos dejan sorprendernos, nos han cortado la imaginación y la capacidad de sorpresa. Eso sin hablar de de las expectativas que nos crean los diferentes avances.

¿Esto tiene alguna solución? Pues yo he optado evitar el visionado de los trailers cuyas películas que me interesan (Llegando a cerrar los ojos en la sala de cine, si llega el caso*).
Con los libros es más fácil, evitar leer la contraportada… “¿Y entonces como sabes de que va…?” Nadie te impide empezar a leerlo (u ojearlo por encima) en la librería, ¿no?



*No os riáis que es muy serio… Y tampoco es tan exagerado, no me tapo los odios y me pongo a cantar.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Cartas intangibles

¿Cuándo fue la última vez que recibisteis una carta de un amigo?
Cuando digo carta no me refiero a un e-mail o un privado al tuenti. Me refiero a una muestra sincera de interés, escrita a mano, con sus pequeñas imperfecciones ortográficas y una caligrafía personal, donde cada letra es parecida pero no idéntica a la anterior. Y donde, a veces, es necesario usar la imaginación para descifrar alguna palabra.

El valor sentimental de una carta manuscrita, la forma en que la puedes atesorar, el valor de lo que significa… Eso no lo puede sustituir un mensaje electrónico, aunque su letra siempre sea legible y su tinta no se difumine con el paso de los años. Por no hablar del esfuerzo que requiere una carta; su redacción cuidadosa, guardarla en un sobre intentado doblarla lo menos posible, escribir con letra clara la dirección del destinatario, pegar un sello, y finalmente ir hasta un buzón y arrojarla en su negra boca.

“Cuantas molestias” dirán muchos. “Si podías hacer lo mismo, en cinco minutos, con un e-mail. Tardas menos, te sale más económico y es más ecológico… que con cada carta estás matando un bebe-árbol”
Pues sí, no diré yo que no. Pero creo que la sensación que produce abrir tu buzón, esperando encontrar la misma “basura” de siempre, y sorprenderte con la carta de un amigo bien vale el esfuerzo. Un folio, un sobre, un sello y un poco de caligrafía esmerada son precio muy pequeño en comparación con la alegría que se puede llevar el destinatario de nuestra misiva. Aunque contenga poco más que un “Hola, ¿Que tal? Espero que estés bien” (Y dudo mucho que el planeta se este deforestando por culpa de las cartas manuscritas que se envían a nivel mundial.)


PD.: Mientras escribo esto, tengo delante una postal de Tallin (Estonia), recibida este verano. Gracias Marta.
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