jueves, 27 de mayo de 2010

Hoy he llorado.

Sí, no es que no lo haya hecho nunca, pero tampoco es algo rutinario, como cepillarse los dientes.

¿Por qué he llorado? Pues sinceramente, no lo sé. Estaba viendo un video en YouTube, las imágenes que salían poco importan. A mitad de la reproducción un par de lágrimas se deslizaron, silenciosas, por mi cara, y después un torrente de agua salada, mientras sonaba la música del video (emotiva, hay que admitirlo). Al terminar el video me he desempañado los ojos y he vuelto a ponerlo desde el principio, porque aun me apetecía llorar un poco más. Lo necesitaba, no estaba particularmente triste, pero hace tiempo arrastro cierta melancolía que no se muy bien como aliviar.

Lo cierto es que esto me ha hecho pensar en las lágrimas que, por mi culpa, han podido derramar otras personas. Más de una vez he visto ojos inundados, a punto de desbordarse, siendo yo el único dique para contener esa riada de dolor. He besado parpados salados, intentado secar diminutos manantiales de tristeza… Aunque sigo pensando que cuando las lágrimas afloran es mejor dejarlas brotar.
Pero no son esas lágrimas, que veo, las que me preocupan. Son esas otras, íntimas y silenciosas, que nadie ve las que me encogen el corazón. Las que todos hemos derramado alguna vez, en la soledad de nuestra habitación, tumbados en la cama.

Pienso que he vertido más lagrimas de las que he provocado, pero…

¿Quién lo sabe…?
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